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Por: Jorge Bárcenas

Bajo la forma de una declaración, Tabucchi (1942-2012) nos entregó una de sus mejores historias: Sostiene Pereira (Anagrama, 1995). Novela de gran fluidez y de suaves esbozos que trazan en la mente del lector la figura de personajes entrañables, Sostiene Pereira es una de las mejores novelas que he leído (y releído) en mi vida.

Su tema es la redención. A Pereira –un viejo periodista, católico aunque negaba creer en la resurrección de la carne, cardiópata, amante de las limonadas y los omelettes a las finas hierbas, y conversador con el retrato de su esposa difunta— le es encomendada la organización de la página cultural de Lisboa, un mediocre periódico vespertino que se niega a dar cuenta de las atrocidades que se cometen en nombre de los totalitarismos en vísperas de la Segunda Guerra Mundial: la dictadura de Salazar, la Guerra Civil Española, el fascismo italiano y el nazismo alemán.

En esta tarea se ve necesitado de un colaborador que escriba las necrológicas anticipadas de los grandes escritores del siglo XX, para lo cual contrata a un joven filósofo, Monteiro Rossi, quien a pesar de haber escrito su tesis sobre la muerte, le tiene un gran amor a la vida y está involucrado –junto con su novia Marta— en la organización de las brigadas internacionales de apoyo a la causa republicana. El afecto que Pereira le va tomando a ambos personajes, en una relación fugaz en la que él se comporta como un padre que cuida a un hijo de su imprudencia, se va acentuando hasta transformarse en una dolorosa toma de conciencia que le permite abandonar sus fantasmas del pasado y le revela su papel en la Historia.

Los cambios que va asumiendo poco a poco se reflejan en su apasionada lectura de escritores franceses, con quienes simpatiza por sus denuncias de la represión totalitaria y a quienes traduce para la página cultural de Lisboa con la esperanza de que sus relatos sean mensajes en una botella que tal vez alguien recoja.

Progresivamente Pereira se hace cada vez más consciente de que la literatura y la cultura son menos ajenas a la acción y a la política de lo que él pensaba y que, por lo tanto, lo que ha hecho durante toda su vida aún tiene una razón de ser, a pesar de su vejez, de su soledad, del peso de sus recuerdos y de su temor a la muerte. En este tránsito son de gran ayuda el padre Antonio, quien le reclama una y otra vez que viva en otro mundo, y el doctor Cardoso, su médico, que le explica una eficaz teoría sobre cómo estamos compuestos por varias personalidades que sucesivamente se nos van definiendo a lo largo de la vida.

Sostiene Pereira posee una sabia construcción rítmica que implica al lector en el debate interno del protagonista, cuyos cuestionamientos va respondiendo con el paso de las páginas, para conocer –a la distancia y en voz del personaje— las razones que Pereira no tuvo en su momento para explicar algunas de sus decisiones pasadas. Porque el libro es una declaración, una confesión. Y, como en toda confesión, hay palabras y razones que no se dicen porque pertenecen a la intimidad de los recuerdos y no atañen a la historia, sostiene Pereira.

Y, como en toda confesión, en esta novela –entreverada de recuerdos, de paisajes que el personaje teme abandonar— hay una fuerza que conmueve al lector que escucha (más que lee) una historia sobre cómo las pequeñas decisiones correctas son las que hacen extraordinarias a las personas, sobre todo en un mundo en que nadie quiere darse cuenta de lo que pasa porque el miedo o las comodidades son más grandes.

Sostiene Pereira, en fin, una buena lectura que nos invita a asumir la vida de manera diferente y por tanto es una buena lectura para el espíritu que trae consigo el Año Nuevo. Ojalá, desocupado lector, también tú la disfrutes. 

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